El Consumidor Cultural

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Mi nombre es “Consumidor” y estoy muriendo. Pero antes de fundirme en la nada, desde mi último lecho, pretendo reflexionar acerca de mi cambiante vida; repasar algunas imágenes. Será un recorrido algo desordenado, afiebrado, fragmentado, no tan riguroso como el de las ciencias sociales.

Niñez

Nací y fui bautizado, como categoría o rótulo, junto al capitalismo, antes de los Estados-Nación, mi número de documento es el cero. Al principio fui considerado una criatura dócil, un trabajador manipulable, homogéneo, pasivo, que rumiaba en su cunita todo aquello que le daban. Así crecí, reproduciéndome como fuerza de trabajo, y me convertí en un niño obediente de mis familiares mayores, patrones, jueces, legisladores, políticos y otras tías lejanas que cada tanto venían a pellizcarme un cachete. Años más tarde cuando fui a la universidad comprendí que, en esta primera etapa, los estudiosos veían a los medios de comunicación como transmisores de información que inyectaban mensajes funcionales al poder dominante con sus miles de agujas. Y estaban concentrados en estudiar el poder de esta maquinaria de producción cultural.

Adolescencia

Recuerdo cuando entré a la adolescencia y me revelé contra algunas costumbres de mis padres. Escondía la sopa en el cachete y la escupía cuando nadie miraba. Cuando llegó el control remoto, escapé furtivamente a explorar canales adultos. Y cuando volvía los dibujitos ya no eran lo mismo. En esta etapa de búsqueda de identidad me diferencié de mis padres y de mis compañeros consumidores, y ellos de mí. Así nos volvimos más heterogéneos, en la vestimenta, la maneras de dialogar, en muchas cosas. Ahora lo entiendo, buscábamos adquirir prestigio, distinción social, a través del consumo material y simbólico. Recuerdo que ya no era pasivo, cuestionaba, re-significaba lo que me decían. Supe años más tarde que logré llamar la atención de los estudios culturales, que fueron desplazando el foco de la producción al consumo, concentrándose en mis reacciones, capacidad de resistencia y creación.

Adultez

Así entré arrastrado por la marea de los tiempos, sin darme cuenta, en la edad adulta. Me volví más responsable, conociendo y defendiendo los derechos que me garantizaba el estado frente a los productores. De la mano de organizaciones ecológicas, sociales y políticas, tomé conciencia de mi capacidad de modificar el entorno. Entonces prioricé los bienes y servicios no perjudiciales para el medio ambiente, la salud o el resto de la sociedad. Cambié algunos hábitos desordenados; abandoné algunos consumos irracionales o innecesarios, me volví más ahorrativo.

Vejez

No sé en qué momento me volví viejo. Supongo que la irrupción de Internet reflejó mis primeras arrugas. Supongo que no pude comprender y asimilar las nuevas maneras de interacción, de adquirir símbolos socioculturales. Los más jóvenes dejaron de entenderme y respetarme, algunos me llamaron “usuario”. No puedo culparlos ya que mi nombre, “consumidor”, sólo tenía sentido cuando del otro lado había un claro productor. Pero en el extraño mundo digital muero un poco cada día en la medida en que comienzo a participar en el desarrollo de los contenidos, a ser co-productor, en blogs, redes sociales, foros, a través de comentarios en diarios digitales. Algunos dicen que mi nombre es anticuado, que deshumaniza y cosifica, que ha perdido la capacidad de significar. Una catarata de nuevos verbos, chatear, subir, twitear, colgar en el muro, cae sobre mi cuerpo. Sospecho que las personas ya no buscan distinguirse tanto por lo que consumen sino por lo que producen, por las fotos y los textos que muestran. Y aquí estoy en mi lecho de muerte, en un mundo otro, que no entiendo ni me entiende, esperando lo inevitable, que ya nadie me pronuncie.

Fin

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