Sobre oradores y creatividad

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Los grandes oradores, como los grandes actores, deben ensayar arduamente para lograr que el público se identifique con los que dicen, para hacerlos reír y llorar. Hablar con “naturalidad”, con simpleza y claridad, no es natural. No basta con abrir la boca y dejar caer las palabras. Sonar natural es un trabajo difícil. Ni el mejor orador puede hablar con fluidez de un tema que no conoce. Ni el mejor actor puede interpretar un papel que no ha estudiado y sentido en carne propia.

Además del ensayo, para hablar con “naturalidad” es necesario alinear todo el Ser con el discurso. Hablar con la mente (elegir palabras, vestimenta, controlar el tono, dominar los tiempos); hablar con el cuerpo (desde el aparato fonador, la garganta, los gestos); y, sobre todo, hablar con la emoción. Esta dimensión, la más importante, es la única imposible de dominar. Sólo hay una forma de que juegue a favor: tener la absoluta convicción de los que se dice. Tal vez sea esta la diferencia fundamental entre un gran orador y un sofista.

Un ejemplo: Al Gore, vicepresidente de EEUU bajo la presidencia de Bill Clinton y candidato a presidente en 2000, repitió un millón de veces la charla que plasmó en su documental “Una verdad incómoda”, galardonado en 2006 con el Óscar. Ensayando se transformó en un experto conferencista y pulió los argumentos a favor de detener el cambio climático provocado por el hombre. Sin embargo, sin el costado emotivo y las referencias a su vida privada la charla no hubiese sido igual de efectiva. Al Gore aprendió a hablar como danzando con las fibras sensibles de todo su público, guiándolo. Y, al mismo tiempo, habló danzando con la más linda, con su Verdad. Por eso conmovió y convenció en el mismo movimiento.

Los invitamos a disfrutar de otro ejemplo de orador efectivo, en la siguiente charla acerca de la creatividad.

 

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