Día del Amigo y Noche de la Luna

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Después de publicar tres avisos en el diario oficial, de no presentarse reclamo alguno, de desembolsar 42.000 pesos chilenos, Jenaro no dudó en inscribir a la Luna como su propiedad en el Conservador de Bienes Raíces, dejándose constancia legal en el siguiente documento;

«Jenaro Gajardo Vera, abogado, es dueño, desde antes del año 1957, uniendo su posesión a la de sus antecesores, del astro, satélite único de la Tierra, de un diámetro de 3.475 kilómetros, denominada Luna, y cuyos deslindes por ser esferoidal son: Norte, Sur, Oriente y Poniente, espacio sideral. Fija su domicilio en calle 1 oriente 1270 y su estado civil es soltero.

Jenaro Gajardo Vera

Carné 1.487.45-K Ñuñoa

Talca, 25 de septiembre de 1954.

Escritura legalizada»

Este acto insólito ocurrió en Chile pero pronto se transformó en noticia internacional, provocando diversas interpretaciones. Para algunos fue un gesto poético y altruista, que implicó una protesta contra diferentes problemas terrenales, como el concepto de propiedad privada y la violencia ligada al control de los territorios. Otros sostuvieron que respondió a motivos egoístas, como la necesidad de contar con una propiedad para pertenecer al Club Social de Talca o el deseo de ser famoso. Lo cierto es que Jenaro Vera fue propietario legal de la Luna, dueño de una Diosa que rige sobre las mareas y los ciclos naturales de todos los seres vivos de la tierra, dueño de la musa de mil poetas, dueño de la acompañante del Sol, dueño de un protagonista de todas las mitologías y culturas.

Según testimonios poco dignos de fe, en 1969, Vera recibió un pedido de autorización para aterrizar en su Luna firmado por Richard Nixon. A lo que, según testimonios más dignos de fe, Vera respondió; «En nombre de Jefferson, de Washington y del gran poeta Walt Whitman, autorizo el descenso de Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que me pertenece, y lo que más me interesa no es sólo un feliz descenso de los astronautas, de esos valientes, sino también un feliz regreso a su patria. Gracias, señor Presidente».

El 20 de julio de 1969 los televisores mostraron al Apolo XI alunizando. Entonces un argentino, el Doctor Enrique Ernesto Febbraro, profesor de psicología, filosofía, historia, músico y odontólogo, sintiéndose unido con la humanidad en el gran paso, envió mil cartas a cien países, recibió 700 respuestas y propuso fundar el Día del Amigo Internacional. Esta iniciativa, hoy potenciada por intereses comerciales, fue criticada por quienes creían que la carrera espacial era sólo uno de los frentes de la guerra fría, una competencia entre dos imperios que nada tenía que ver con la amistad.

Desde entonces, mirar a la luna provoca dos asombros distintos. Algunos se asombran primordialmente por la luna misma, su magia, misterio… Otros se asombran por el poder humano de llegar hasta allá. Del mismo modo, cuando un avión sobrevuela una cordillera sus pasajeros suelen dividirse entre quienes contemplan los gigantes nevados y quienes se maravillan por la tecnología humana para pasarlos por encima. Unos se conmueven desbordados por «la inasible naturaleza» de afuera y otros por «la inasible naturaleza» de adentro. Especialmente en el primer grupo, algunos se resisten a la idea misma del alunizaje, negando la llegada del Hombre a la Luna. Sospechan que fue una superproducción de Hollywood, tal vez la mejor película de Stanley kubrick, nada más. Argumentan que una bandera no puede flamear en la superficie Lunar, porque allí no hay viento. Preguntan por qué no volvieron después de 40 años.

¿Qué piensan? ¿Llegó el Hombre a la luna? ¿Por qué? ¿La Luna tiene dueño? ¿Concuerdan con la propuesta de festejar el día del amigo el 20 de julio? ¿En qué se parecen los actos de plantar bandera en la Luna, inscribirla como propiedad privada o fundar un «Día del Amigo»?

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