La fama de la Mona Lisa

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El objetivo de este post es reflexionar acerca de la fama en sí misma, tomando como punto de partida la obra de arte más famosa. ¿Por qué entre las cientos de miles de objetos del Louvre, o entre los millones de cuadros del planeta, la Gioconda atrae más miradas? ¿Por qué todos miramos a esa misteriosa mujer que nos mira a todos? ¿Qué es lo que hace a ese cuadro de 77 cm x 33cm diferente a las millones de reproducciones que circulan por el mundo? ¿En dónde reside su “aura” o magia?

La Gioconda como signo

La fama es primordialmente un atributo de los signos. Cuando decimos que hay personas famosas, obras humanas famosas, fenómenos naturales famosos o sucesos famosos, estamos diciendo, más allá de las categorías, que hay signos muy reconocidos y con el poder de movilizar a muchos. Pero, ¿qué es un signo y cómo se carga de fama? Para el padre de la semiótica moderna, Charles Saunders Pierce, todo es un signo, definido como algo que representa algo para alguien. Según Pierce el mundo es una enorme red de signos. La idea de Internet puede servir como analogía de esta teoría del siglo XIX. En la red de redes, los puntos neurálgicos, los que tienen más conexiones, cruces o links, serían los signos más famosos, los que representan mucho para muchos. Pero, ¿cómo logró la “Gioconda” o la Mona Lisa transformarse en uno de estos signos?

La primera fama

El recorrido comenzó hace más de 500 años cuando la pintó el mismísimo Leonardo Da Vinci, la figura del genio humano por excelencia, quien ya gozaba del favor de personas muy influyentes de su época, como Lorenzo de Médici, el duque de Sforza y el rey Francisco I. De esta manera, la Mona Lisa nació en cuna de oro, “linkeada” a la fama de un gran creador y rodeada de los halagos de los más prestigiosos críticos de arte. La revolucionaria técnica del sfumato, el talento de su realización, la sensual sonrisa y otros detalles llamaron la atención de su aún exclusivo público. “Fijando la mirada en la garganta podría jurarse que le latía el pulso”, escribió Giorgo Vasari, en “Vidas de Artistas”, libro publicado en 1550.

El icono cultural

Con la consagración artística, la fama de la Gioconda comenzó a extenderse. Innumerables referencias históricas y literarias continuaron rodeándola de “enlaces”. Un enorme juego de reenvíos, menciones, reproducciones y versiones libres de artistas de primera línea, la transformaron en el rostro más famoso del mundo. Y las interpretaciones acerca de la misteriosa retratada se multiplicaron. La hipótesis con más reputación es que la modelo fue Lisa Gherardini, esposa del rico comerciante Francesco del Giocondo. Otras versiones sugirieron que pudo ser una amante de Leonardo, su autorretrato en versión femenina o, simplemente, una mujer imaginaria. En otra línea, Freud leyó en la masculinidad de la Gioconda un indicio de la homosexualidad de Leonardo. Lo cierto es que la enigmática desconocida logró mucho más que los poderosos mecenas que pagaban por inmortalizarse en un retrato. La apertura del signo, su posibilidad de significar muchas cosas, propició ríos de tinta y pintura que fueron cambiando de curso según la problemática de cada época.

El original

Todas las reproducciones y referencias son signos que miran al original. Y el original les devuelve la mirada a todas. Algo parecido sucede en el Louvre dónde la Gioconda mira a sus más de 6 millones de visitantes anuales. Por un efecto óptico, al caminar frente a ella tenemos la sensación de que nos sigue con los ojos. Esto es asombroso si pensamos que todas las personas que la rodean, desde diferentes perspectivas, sienten simultáneamente lo mismo. Ella viajó por los siglos intercambiando mirandas con grandes personalidades, interpelando con su sonrisa de Mona Lisa. El primero en adquirirla fue el rey de Francia, y así fue pasando, como en un sistema de postas por otras celebridades, como Napoleón Bonaparte, que alimentaron su fama, hasta que llegó al Museo del Louvre con la revolución francesa. Todo este recorrido es exclusivo del original, no de sus copias, y tal vez eso pretenden capturar los turistas que le sacan fotos. Pero, el acontecimiento más decisivo de la historia de su fama coincidió con la llegada de los medios masivos de comunicación.

El robo del original

Cuando el mundo comenzaba a globalizarse, en 1911, el robo de la Mona Lisa se convirtió en una de las primeras grandes noticias internacionales. Este hecho cumplía todas las condiciones para que el monstruo mediático lo reproduzca con sus miles de bocas; era imprevisible, los personajes implicados tenían jerarquía, el objeto era increíblemente significativo, incluía movilizaciones o viajes, era simple y comprensible para el público, era breve, tenía el poder de convertirse en una serie policial, incluía misterio, y más. Varios condimentos sostuvieron las miradas en el hueco que había dejado la Gioconda en la pared. Entre estos, el escritor Guillaume Apollinaire, conocido por oponerse a mantener al arte encarcelado en los museos, y el pintor Pablo Picasso, con la mala fama de comprar objetos robados, fueron detenidos en diferentes momentos de la investigación. Finalmente, más de dos años después, se develó la incógnita. Un comerciante argentino, Eduardo Valfierno, representante de lujo de la viveza criolla, había convencido a un carpintero italiano, Vicenzo Perugia (ex empleado del Louvre), para robar la pintura y vender durante la desaparición cinco copias como originales en el mercado negro. Perugia fue atrapado cuando intentó vender el original en Florencia, ciudad cercana a Vinci, el pueblo de Leonardo, y confesó todo. La masividad de esta noticia extendió como nunca antes la fama de la Gioconda, que fue devuelta al Louvre. Hoy en internet hay más de cien mil páginas alusivas a la señora. Hoy nos mira desde el centro de la red de signos.

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