Regla 3: «Amarás la verdad sobre todas las cosas»

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La realidad es sumamente compleja y multidimensional. La era de la información y el conocimiento nos predispone a no entregarle a nadie la autoridad de poseer la única “Verdad”. Ahora ya no hay centros, ni dogmas, ni mandamientos tallados en roca, sino una enorme multiplicidad de nodos interconectados que interpretan el mundo. Este clima de libertad hace que todos se sientan interpelados por las polémicas. Pero, al mismo tiempo, dado que al ser humano le cuesta procesar la incertidumbre, nos sentimos tentados a establecer condiciones de normalidad e imponer principios ordenadores para todos (¿será este texto un intento de eso?). Esta combinación de factores alimenta muchas polémicas, invitándonos a identificarnos con una camiseta y lanzarnos con los tapones de punta sobre los enemigos.

Pero la solución tampoco es entregarnos a un relativismo absoluto. Nosotros apenas podemos saber cómo se ven las cosas desde nuestra posición, sociocultural y personal. Y no tenemos que conformarnos con esa visión parcial para juzgar, sino que podemos escuchar cómo se ven las cosas desde otros lados. Pero el relativismo también es relativo. La verdad puede construirse, aunque no resulta de una simple suma y división de visiones. Aunque suene antipático, no todas las opiniones sobre un asunto valen lo mismo. Aunque todas las voces tienen el mismo derecho a ser consideradas, sin duda algunas expresan mejor el funcionamiento de las cosas que otras. Aceptar que las ciencias sociales y exactas generan conocimiento científico sobre las cuestiones humanas implica reconocer que es posible alcanzar diferentes grados de comprensión de las diversas dimensiones de la realidad. Aunque la ciencia tiene sus limitaciones y la validación de las hipótesis descansa en última instancia en evidencias leídas de manera parcial y subjetiva, debemos ser capaces de jerarquizar con criterio los diferentes tipos de discurso.

En este punto, el estudio riguroso y la lectura atenta tienen que ponerse al servicio del diálogo argumentativo. Si pretendemos que una polémica no sea un bando que grita “sí” frente a otro que grita “no”, debemos convencernos de que es posible generar saber sobre el funcionamiento social, las múltiples causas en juego, la interrelación, el peso relativo de las variables.

Para eso debemos tomar distancia de nuestro sentido común, estudiar la historia, incorporar investigaciones cuantitativas y cualitativas, escuchar a los diversos especialistas, considerar las estadísticas. Esto no significa que el que más investigue tendrá la posta sobre un tema. Sino que el estudio en sus múltiples formas podrá enriquecer una visión. Y que incluso tiene el poder de cambiarla. Por todo esto proponemos generar diálogos informados.

En esta concepción, dialogar es una manera de explorar o iluminar entre muchos un mismo asunto. Por eso, la tercera propuesta apunta a que predomine el amor al conocimiento, la voluntad de saber, sobre el pragmatismo de persuadir en el sentido que nos conviene, o la voluntad de poder. Para poder enriquecer el diálogo debemos ser menos sofistas (aquellos que podían argumentar indiferentemente a favor o en contra de un asunto con el fin de conmover y convencer al auditorio) y más filósofos (con hambre genuino de verdad, justicia y belleza).

Si tenemos sed de verdad, comprenderemos que no la poseemos y saldremos a buscarla. Si nuestra curiosidad es más grande que nuestro temor, podremos superar los prejuicios. Si comprendemos que no todos los argumentos valen lo mismo, desarrollaremos el criterio y nos superaremos. Si logramos hacer las tres cosas, podremos elevar las polémicas. Recién entonces dejarán de ser incómodos focos de malestar para transformarse en miradores panorámicos de la condición humana.

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