Regla 2: “No antepondrás tu deseo al del prójimo”

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Si bien es difícil abrirnos a ideas nuevas, resulta totalmente imposible cerrarle la puerta a nuestros deseos. El deseo es uno de los más poderosos configuradores de la percepción. Pensemos lo que sucede cuando vamos al supermercado con hambre. Los ojos se posan por impulso ciego sobre los alimentos más calóricos, el resto de las cosas pierden consistencia, llegamos a la caja con comida para todo el mes y olvidamos los productos de limpieza. Y, si en cambio vamos con sed, cargamos el carrito de bebidas y después tenemos que pedir un envío a domicilio para evitar las contracturas.

Los deseos están siempre presentes en las polémicas, no podemos suprimirlos. La mejor forma de controlarlos no es ignorarlos sino hacerlos conscientes, articularlos en intereses y exponerlos con honestidad. Recién entonces podremos moderarlos, escuchando otras necesidades, rodeándolos de límites, para que no predomine un único deseo de manera irracional.  Esto vale tanto para un individuo como para un país. Como dijimos los deseos están mediados por la cultura. Los medios masivos, sus contenidos y publicidades compiten todo el tiempo postulando objetos de deseo. Por eso, el deseo no es necesariamente “auténtico”, ni está a favor de los intereses de quien desea. Por ej., los adolescentes pueden desear fumar aunque esto perjudique su salud. Pero si reflexionan sobre los motivos y consecuencias, podrían notar que lo que en realidad buscan es distinción social y que podrían lograrlo de maneras más sanas.

Sin embargo, lo más problemático es cuando los intereses de unos chocan contra los de otros. Este conflicto es constituyente de la organización social. Un ejemplo sencillo es lo que sucede en un superclásico del fútbol argentino, dónde los deseos de la mitad son los temores de la otra mitad, y viceversa. Imaginen lo distintas que se ven las jugadas de ambos lados de la tribuna. Esto explica que los fallos de un árbitro deportivo puedan despertar encendidas discusiones, muchas veces alimentadas por intereses periodísticos. Algo más grave sucede en política, donde se debe decidir cómo distribuir los fondos y asignar prioridades. De un lado tenemos recursos escasos. Del otro, necesidades ilimitadas en franca competencia. Y para evitar que un interés particular siempre se imponga sobre los otros es fundamental que todos tengan voz. Esto es lo que se llama pluralidad. No se trata de abolir todas las voluntades, sino de que todos puedan expresarse en su justa medida, que estén representados y participen. Por ejemplo, si estás defendiendo o atacando determinada medida de gobierno porque afecta tus intereses económicos familiares, servirá que aportes tu voz y también que comprendas el sentir de los beneficiados, para evitar enojos dañinos y estériles. La diferencia entre dos perros que pelean por un hueso y dos hombres que dialogan acerca de la mejor manera de distribuirlo es bastante grande. En un caso decidirá la fuerza, en el otro la racionalidad que surja del diálogo. Juzgar con equidad requiere que tomemos distancia de nuestro ombligo y nos acerquemos a los otros. Por eso, despertar la compasión, la capacidad de espejarnos en las pasiones de los otros, es la segunda condición que propongo para encarar un diálogo responsable. (Continúa en el siguiente post…)

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