Colas de zorro

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Saúl se detuvo. Inhalaba y exhalaba con dificultad. Tomó la última gota de agua que le quedaba. Aplastó un mosquito contra su transpirada frente. Miró a su alrededor, murallas de pastos y colas de zorro. Estaba exhausto y perdido. Sacó el mapa, en el papel todo parecía tan simple. Reconoció los juncos y el matorral ribereño que había atravesado por la mañana. No podía estar lejos de la línea punteada. Sabía que sólo debía llegar al bosque de Alisos. Allí esperaría el resto del grupo. Eso había dicho el guía. Aunque ese charlatán monotemático nunca le había inspirado confianza. Se la pasaba nombrando aves y plantas en latín, como si eso ayudara… De pronto, algo se movió entre los pastos interrumpiendo sus pensamientos, tal vez una víbora,una rata, un lagarto. No se quedó un segundo para averiguarlo. Saúl retomó la marcha arremetiendo contra el pastizal con un impulso casi animal y maldiciendo su suerte en voz alta. De pronto escuchó la voz de su mujer.

–¿Saúl, sos vos?– preguntó Clara.

–Si, ¡me hacés el favor de esperarme!– respondió Saúl sobresaltado– ¿dónde estás?

–¿Dónde te metiste? ¡Vení para acá!–ordenó Clara.

Entonces Saúl divisó el hopo colorado de Clara entre los penachos puntiagudos de las cañas y pudo volver al camino.

–¡Gordo! Estás todo sucio; esa camisa te la lavás vos. ¿No entendiste lo que dijo Ricky?, debemos respetar los senderos para preservar la reserva– lo retó Clara.

– ¿Quién carajo es Ricky? ¿Ese pelotudo disfrazado de niño explorador?

– ¡Bajá la voz Saúl! Por favor– replicó Clara acomodándose el hopo.

– Encima que me hacés patear con cincuenta grados, no puedo hablar– refunfuñó Saúl.

–Pero gordo, ¡tranquilizate!; disfrutá un poco la naturaleza. Mirá que divina esa flor colorada–exclamó encantada.

–Mirala bien porque es la última vez que venimos. Podríamos estar en el cine con aire acondicionado.

– ¿Rickyyyy? ¿Cómo se llama esa flor amorosa?– preguntó Clara en voz alta.

Así llegaron al bosque de Alisos. Entonces Ricky reunió a todo el grupo para contarles una historia. Saúl descansaba sobre un tronco, disfrutando de la brisa y la sombra, pensaba que las hojas parecían pequeños abanicos y todo sonaba como un gran sonajero cuando Ricky comenzó a hablar.

–¿Ven este bosque, aquellas cañas, esta tierra, todo este inmenso espacio verde de la Costanera Sur? Nada de esto existía hace 30 años– introdujo Ricky gesticulando como un actor.

– ¡Qué interesante!– interrumpió Clara.

–Todo comenzó en 1978, cuando se rellenó la zona con escombros de las demoliciones provocadas por el ensanchamiento de la 9 de Julio y la construcción de la autopista 25 de mayo. El plan era ganarle tierras al río y construir encima un centro administrativo de la ciudad. Pero el proyecto quedó abandonado. Entonces el cascarón fue de a poco colonizado por especies silvestres que llegaron sobre camalotes, las inundaciones formaron lagunas y se llenaron de peces y pájaros que trajeron semillas exóticas en sus vientres. Y así, poco a poco, toda esta vegetación fue emergiendo de la nada.

–Lo que empezó como un avance de la ciudad sobre la naturaleza, terminó como un triunfo de la naturaleza sobre la ciudad– aportó Clara en primera fila.

– ¡Exacto! Y gracias a la actividad de los ambientalistas este nuevo ecosistema fue finalmente declarado Área de Reserva Ecológica en 1989–agregó Ricky con una sonrisa.

– ¿Es cierto que todo esto está relleno de basura?– preguntó Saúl rompiendo el encanto desde el fondo.

– En parte lo es (concedió Ricky), ya que funcionó como un basural, estuvo lleno de porquería y neumáticos viejo. Pero lo importante es que la naturaleza se abrió camino.

– ¡Así es!–remató Clara eufórica mirando a Saúl de reojo.

– Sin embargo, no debemos cantar victoria aún–continuó Ricky. La pulseada entre la naturaleza y la ciudad continúa. ¿Ven esos rascacielos de Puerto Madero?– señaló Ricky–ninguno existía hace 15 años. Esos gigantes avanzan peligrosamente sobre la reserva. Y muchos creen los más de 300 incendios que ha sufrido la reserva en su historia, son intentos de la ciudad de sacar tajada de este costoso terreno. El gran negocio inmobiliario es el principal aliado de la ciudad.

– ¡Miren! ¡Una columna de humo!–señaló Saúl levantándose del tronco como un resorte.

Esto vio Saúl. Esto se vio el pasado lunes 13 de febrero de 2012 cuando se produjo el último incendio en Costanera Sur, en un predio que la empresa de logística Terminal 7 posee cerca de la reserva. Finalmente , fue sofocado por cinco dotaciones de bomberos antes de extenderse. Los empleados de la empresa dicen que fue provocado por una braza mal apagada y la sequía, cubriendo de sospecha a los pescadores marginales que habitualmente se meten en el predio para acampar y cocinar con fuego. Esta historia y los incendios continuarán.

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