El cuarto poder VS el quinto poder

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Desde hace más de dos siglos, algunos intelectuales piensan a los medios de comunicación masiva como un “cuarto poder” que funciona junto a los tres poderes formales del estado de derecho (el ejecutivo, el legislativo y el judicial). Pero hoy el grado de influencia de los medios convencionales está en discusión. Aunque se siguen invirtiendo millones en propaganda y publicidad para incidir en la opinión de los ciudadanos, el esquema lineal de la aguja hipodérmica (que inyecta mensajes uniformes en una masa de receptores pasivos) parece más devaluado que nunca. ¿Por qué disminuyó la capacidad manipuladora de los grandes medios? Fundamentalmente, por la nueva competencia de Internet en la construcción del sentido.

La red de redes propone un modelo horizontal de generación de información, donde los usuarios seleccionan lo que leen, re-significan los mensajes, contrastan opiniones, comparten experiencias y participan en la producción de los contenidos. En 2011 el nuevo fenómeno dejó muchos ejemplos de su extraordinaria influencia. Por un lado, Twitter y Facebook ganaron protagonismo en las campañas electorales de todas las democracias del mundo. Por otro lado, los levantamientos populares en Egipto, Moldavia, Irán, Libia y el movimiento de los indignados en Europa, demostraron la capacidad de las redes sociales para orquestar manifestaciones y derrocar gobiernos que tenían todos los medios tradicionales a su favor. Hosni Mubarak, el presidente derrocado en Egipto, apagó Internet como último manotazo de ahogado. Pero ya era tarde. El “quinto poder” demostró ser más difícil de controlar que el viejo sistema centralizado. Ahora no hay un único dueño a comprar. Ahora la información circula en múltiples direcciones y las realidades individuales suben segundo a segundo.

La pulseada entre el cuarto y el quinto poder va más allá del terreno político. El mercado de los contenidos, acostumbrado a los grandes medios, está convulsionado por la nueva revolución. El caso paradigmático de Cuevana sirve para ilustrar el conflicto. Cuevana es una plataforma de transmisión online de películas y series, donde los usuarios pueden subir y ver películas gratis. Esta idea simple fue materializada con éxito por un joven emprendedor argentino. Rápidamente el “boca en boca” extendió su fama, transformándolo en una espina de consideración para grandes productores audiovisuales. Entonces comenzaron las demandas y denuncias por no contar con permisos para reproducir contenidos ni haber pedido autorización de autores. Las acciones judiciales llegaron de varios frentes, Telefé, la productora Turner de Argentina, la señal de cable de HBO, la Unión Argentina de Videoeditores… A la par, el sitio sufrió bloqueos de proveedores de Internet, como Iplan y Telecentro, por orden judicial. Y la batalla trascendió como noticia.

El dilema oscila entre dos o tres derechos. Los que priorizan el derecho a la propiedad intelectual ven en Cuevana un caso de piratería descarada, un robo sistemático del trabajo de otros. Los que anteponen el derecho a la información (asociado al libre acceso a los bienes culturales) y la libertad de expresión ven a Cuevana como un lugar copado para compartir contenidos. Estas posturas parecen corresponderse con maneras de sentir de diferentes generaciones. Tal vez, quienes crecieron con discos de vinilo vean las películas online con el sabor de un pecadillo menor, equivalente a colarse en el cine. Quizás, quienes crecimos mirando propagandas anti- piratería de Gativideo sintamos que estamos robándole la billetera a una vieja. Probablemente, para quienes crecieron con Facebook ver una peli online es algo tan natural como respirar aire en la vía pública. ¿Ustedes qué opinan?

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