Reglas para polemizar

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Las cuestiones polémicas son las que las damas y los caballeros no se atreven a sacar de sus carteras y bolsillos en una fiesta. Son asuntos malditos, con el poder de despertar pasiones, ya sean favorables o negativas. Dicen que a las armas las carga el diablo. Eso mismo sucede con las palabras que desatan controversias, duermen en silencio debajo de la mesa hasta que alguien las saca y dispara. Después del estampido ya no hay vuelta atrás, las aguas y los odios del mundo se dividen.

Algunos de estos temas versan sobre ideología general, o modos de vivir la organización social. Un ejemplo argentino es la oposición entre peronismo y anti-peronismo que marca las discusiones políticas de los últimos 60 años. Otros, en cambio, se centran en conflictos puntuales de intereses, como el reciente referéndum en Grecia a favor o en contra el plan de austeridad, remitiendo en última instancia a concepciones sociales, económicas y políticas. Un gran grupo de controversias involucra la ampliación de derechos que afectan a la ciudadanía. La lista es extensa: servicio militar obligatorio, libertades sexuales, identidad de género, casamiento igualitario, métodos anticonceptivos, aborto, eutanasia, consumo de drogas, o incluso derechos de otros seres vivos (corridas de toros, criaderos y mataderos, zoológicos, mascotas), etc. Algunos de estos temas se relacionan con las nuevas prácticas que introducen la ciencia y la tecnología (cuestiones de bioética, privacidad online, “copyright”, derecho a la información en internet, etc.). Cada cambio en la conciencia social, por ejemplo las valoraciones globales sobre el cuidado del medioambiente, la vida saludable o la responsabilidad social ciudadana, se abre paso problematizando usos y costumbres tradicionales, provocando aceptaciones o resistencias. Pero, ¿qué es lo que tienen en común todas las controversias? En definitiva estas discusiones giran en torno a lo mismo: definir lo que está bien y lo que está mal en el mundo. A veces los debates se extienden a la legalidad o ilegalidad o al castigo asociado a la transgresión de determinada ley o norma, siendo la pena de muerte un ejemplo urticante. Pero todos estos temas bailan en los límites de lo prohibido y lo permitido, atravesando creencias culturales, religiosas y filosóficas. Por eso, al tocar fibras sensibles o principios constitutivos de la subjetividad, encienden pensamientos y palabras tan radicales. Como dijimos, las polémicas se caracterizan por separar dos grandes bandos, duros o blandos, conservadores o progresistas, peronistas o antiperonistas, kirchneristas o anti-kirchneristas, capitalistas o comunistas, River o Boca (Riber o Voca). Más allá de las distinciones intermedias, todo se resume a los que están a favor y los que están en contra de algo. ¿De qué lado estás?, suele ser la primera pregunta. Es tan marcada la dualidad que muchas veces las posiciones conciliatorias, que buscan una síntesis entre la tesis y la antítesis, se conocen simplemente como “tercera posición”. Este tipo de disputas suele terminar en dos grandes grupos de panelistas que se arrojan argumentos (y a veces piedras) y solo escuchan del contrincante lo mínimo necesario para poder defenderse y contraatacar. Ese formato es el que promueven los medios masivos de comunicación, una visión maniquea y simplista de la realidad, una lucha entre los buenos y los malos.

Pero esta concepción no es exclusiva de la modernidad, ni de nuestro país, ni de la televisión, sino que es uno de los motores de la historia occidental. Tanto las discusiones antiguas como las disputas teológicas del medioevo podían terminar a cuchilladas. De alguna forma, la historia de las ideas es un pulseada dialéctica entre dos grandes brazos,   subjetivistas u objetivistas, aristotélicos o platónicos, nominalistas o realistas, existencialistas o deterministas, materialistas o idealistas, empiristas o racionalistas. En este sentido las polémicas son uno de los actos más humanos. Porque somos el animal racional, político y simbólico, el único que puede abstraer, nombrar, afirmar, negar y polemizar.

Volviendo a la realidad cotidiana, ¿es posible dialogar sobre temas centrales sin caer en la sordera o la violencia? ¿o en la mesa del domingo debemos evitar estos asuntos importantes para conservar la armonía? Sinceramente, no estoy seguro. Pero, me parece que antes estaría bueno ponernos de acuerdo en algunas reglas para encarar el diálogo. Como en el ajedrez, los contendientes deben conocer y compartir unos principios para poder jugar. Por eso, mi propuesta apunta a definir tres fundamentos de diálogo responsable o maduro, una serie de reglas o “mandamientos” para poder debatir civilizadamente. (Continúa en el próximo post)

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